Naming, over promise y Groenlandia
Ponerle un nombre a algo no es nada fácil. Cualquiera que haya tenido hijos sabrá lo difícil que es buscar un nombre para el niño que satisfaga a todos los miembros de la familia, antes se cogía el santoral y si tocaba San Cucufato pues ya está, pero ese sistema no es válido hoy en día. Si ya hablamos de poner nombre a una marca o producto la cosa se complica aún más porque además se requiere que el nombre elegido resuma la esencia de la propia marca o producto.
Otra cosa a tener en cuenta es que cuando se construye una marca y se apoya en una realidad de producto, se produce en el consumidor un link racional entre lo implícitamente se ha dicho que va a obtener y lo que realmente obtiene.
Los problemas aparecen cuando si bien el nombre se determina basándose en una realidad, este proyecta una imagen desmesurada de la marca o producto y crea una expectación inicial demasiado alta y probablemente imposible de cumplir.
Groenlandia, tierra verde
En el año 982, Erik Thorvaldson (Erik el Rojo) se vio obligado a exiliarse de Islandia y llegó a unas tierras muy al norte nunca antes visitadas. ¿Como llamar a esas nuevas tierras? El bueno de Erik les puso de nombre Groenlandia que significa tierra verde con el fin de atraer colonos. La promesa de encontrar una tierra fertil y agradable era algo lógico y que le gusta a todo el mundo y aún más si tu país se llama Islandia (tierra de hielo). Lógicamente Erik no se dió cuenta de que había cometido uno de los grandes pecados del marketing, el over promise ya que los colonos que intentaron asentarse en Groenlandia encontraron una tierra con clima extremo, sin árboles y bastante desagradable en general.
Tampoco podían reclamar, eran vikingos y se exponían a que terminaran utilizando su cráneo para tomar calvados, además no había Twitter para quejarse en plan “@erikelrojo nos ha engañado ¿tierra verde? ja!.”
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